jueves, 7 de noviembre de 2013
Cuando el defensor no es el héroe
Cuatro soldados estadounidenses estacionados en un pueblecito de Alemania durante la posguerra mundial violan a una muchacha de quince años en el drama judicial Ciudad sin piedad (1961). El mayor Garrett (un Kirk Douglas en su mejor forma), hábil abogado, es asignado como su defensor en el consejo de guerra al que se les somete. El caso está tan claro que el fiscal pide la pena de muerte, y Garrett sólo ve una manera de salvarlos, cuestionar la honestidad de la víctima. Lo hace tan bien que consigue poner en contra de ella a su padre, a las autoridades locales y a toda la ciudad. Un drama judicial en el que el abogado defensor, lejos de hace brillar la verdad, que conoce y manipula, y restablecer el equilibrio de la justicia, emplea su destreza jurídica para envilecer el ejercicio de
su profesión. “¿Por qué está tan seguro de que evitará la sentencia de muerte?”, le pregunta una periodista. La respuesta del letrado es demoledora: “Por tres razones. Primera, porque todos los testigos mienten un poco. Segunda, porque la edad madura odia a la juventud, y la fealdad a la belleza. Y la tercera, porque nadie es capaz de medir la inmensa suciedad que alberga la
mente humana”. Un guión pulido por un no acreditado Dalton Trumbo, que había colaborado ya con Kirk Douglas en su anterior película, Espartaco, y como hecho a la medida de un Otto Preminger o de un Stanley Kramer pero que le queda algo grande a su director, el austriaco nacionalizado estadounidense Gottfried Reinhardt, hijo del legendario Max Reinhardt. A la inocente joven la encarna la actriz alemana Christine Kaufmann, que estaba a punto de convertirse por entonces en la segunda esposa de Tony Curtis, con quien tuvo dos hijas, Alexandra y Allegra.
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