Una de las cosas que más sorprenden del cine clásico es la diferencia de edad que suele existir entre el protagonista de la película y su pareja. Un buen ejemplo lo ofrece Kim Novak, la actriz fichada por el brutal magnate de la Columbia, Harry Cohn, en plena guerra de rubias en el Hollywood de los 50 para competir con
Marilyn Monroe, la rubia de la 20th Century Fox, estudio rival. Fue la musa del infravalorado director Richard Quine, doce años mayor que ella, que la amó con locura y con quien mantuvo un largo romance, por lo que le envidiamos los admiradores, que somos legión, de Novak. Dulce, frágil, soñadora, atractiva,
misteriosa, no tuvo suerte con sus galanes en la pantalla; la mayoría de ellos mucho mayores que ella, desde su debut en La casa 322 (Quine, 1954), trama de cine negro en la que un
maduro Fred MacMurray, 24 años mayor, era un policía que perdía la cabeza por su personaje, la novia de un atracador. Los mismos años le sacaba James Stewart, junto al que interpretó el doble papel de Vértigo, uno de sus trabajos más conocidos, y la divertida comedia Me enamoré de una bruja, en la que su diferencia de edad quedaba más patente aún. La palma en galanes maduros le correspondió al veterano Frederic March, que le llevaba 35 años, aunque tal diferencia de edad
quedaba plenamente justificada en el argumento de En la mitad de la noche, drama en el que encarnaba a una divorciada de la que se enamora el anciano propietario, viudo, de la fábrica textil en la que trabaja. Algo menor fue la diferencia con Tyrone Power, 18 años, en La historia de Eddy Duchin, y con Frank Sinatra, 17 años, con quien trabajó en El hombre del brazo de
oro, la primera película de Hollywood que abordó el problema de la drogadicción, y en el musical Pal Joey, en el que Novak hizo un tan casto como ingenioso striptease. Peter Finch, su pareja en La leyenda de Lylah Clare, era 16 años mayor, lo mismo que Kirk Douglas, con quien protagonizó el maravilloso melodrama Un extraño en mi vida, sobre un
arquitecto que entablaba un romance con la madre de un compañero de colegio de su hijo. Dean Martin (que sustituyo a Peter Sellers en el papel), 15 años mayor, la tentaba al adulterio en Bésame, tonto, con la anuencia de su marido, un Ray Walston que le sacaba 18 años. El desequilibrió de edades se mantuvo con William Holden, que
le llevaba 14 años, en Picnic, aunque justificada en el guión, uno de sus grandes papeles, con la memorable secuencia del baile en la feria, cargada de ternura y sensualidad. Se redujo la distancia con Jack Lemmon, 8 años
mayor, con quien trabajó en distintas ocasiones. Fue su pareja en La misteriosa dama de negro, a las órdenes de Richard Quine, en el papel de un diplomático americano destinado en Londres, que se enamora de su casera, sospechosa de haber asesinado a su desaparecido marido, cuyo cuerpo, por otra parte nunca llegó a
encontrarse. Lemmon había trabajado un par de veces antes con ella, había sido su hermano, el brujo juerguista y borrachín de Me enamoré de una bruja, y el recién divorciado que en Phffft, una de las primeras películas de Novak, intentaba aprovechar su recién recuperada libertad para echar una cana al aire con una rubia de vértigo, o sea, ella.
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