lunes, 17 de marzo de 2008

La ambigüedad del mal

Recomiendo a quienes piensen ver Los falsificadores que vean antes, si pueden, el espléndido thriller dramático Operación Cicerón (1952), de Joseph L. Mankiewicz, protagonizada por James Mason y Danielle Darrieux. Tendrán dos perspectivas de un mismo suceso. A mi, Los falsificadores, por más que haya ganado este año el Oscar a la Mejor Película de Habla no Inglesa, no me dice mucho; aunque se ve bien. La trama es convencional y hasta previsible. Los personajes, en su mayoría, estereotipos. Su mayor virtud es el dilema moral que plantea, aunque sin mucha fuerza, dicho sea de paso. Hay otras películas que hablan de judios que sobrevivieron al genocidio boxeando (El triunfo del espíritu), tocando instrumentos musicales (miniserie Musica para sobrevivir), prostituyéndose (Portero de noche) o fingiendo su colaboración en el esfuerzo bélico (La lista de Schindler). La diferencia entre esas historias y ésta es que los perseguidos de Los falsificadores salvan la vida colaborando de modo esencial para que los nazis ganen la guerra. El protagonista pone tanto afán en su tarea que se aproxima al perfeccionista coronel Nicholson, el personaje de Alec Guinness en El puente sobre el río Kwai. Se traslada así el dilema moral a un terreno de ambigüedad muy incómodo, en la linea de las magníficas, éstas sí: Lacombe Lucien, de Louis Malle, o de El libro negro, de Paul Verhoeven. La pesadilla de los nazis acabó, pero los conflictos éticos se mantienen.

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