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Verdad con artificio
Las películas son como los animales. Las hay de sangre fría y de sangre caliente. Las primeras precisan de energía ajena, del calor del público, para cobrar vida. Son los espectadores los que completan con sus emociones lo que les falta por sí mismas para conmover. Las otras no sólo tienen vitalidad propia, sino que la transmiten a quienes las ven. No hurtan emociones sino que las hacen aflorar. Las primeras gustan mucho a un cierto sector de la crítica y de los aficionados. Las otras se imponen por sí mismas. Las primeras camuflan, con mayor o menor maestría, el artificio. Las otras transmiten verdad. Hoy he visto en el cine una de las primeras, Siete mesas de billar francés, un drama muy correcto, tanto que en algunos momentos he tenido la sensación de que alguien iba a gritar: ¡Corten! y que a continuación iba a aparecer la directora, Gracia Querejeta, para dar instrucciones a sus actores. Al volver a casa, me he regalado en el video una de las otras: Gloria (1980), del ferozmente independiente John Cassavetes. Una película que te atrapa desde el primer fotograma, con una Geena Rowlands (esposa en la vida real del cineasta) que transmite verdad por cada poro de su cuerpo. Las dos están protagonizadas por mujeres a quienes la vida no ha tratado bien pero que se rebelan contra la soledad y el fracaso. Siete mesas de billar francés aborda situaciones cotidianas próximas a mí. Gloria trata de la mafia y de realidades que jamás experimentaré. Pero ésta me conmueve y aquella, salvo en contados momentos, no.
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