Ha muerto Sara
Montiel. Siempre admiré en ella dos gestos por encima de cualquier otro. El
primero fue cuando se le planteó la duda entre seguir haciendo carrera en
Hollywood perpetuándose en los habituales papeles raciales que se les reserva
allí a los latinos. Su respuesta fue
plantarse y decir: ‘Nunca más haré de
india’, y regresó a España. Si hoy nos sigue sorprendiendo y admirando que tres
o cuatro españoles se hayan abierto huequito en la meca del cine, baste
imaginar lo que supuso eso en los años 50, y tratar, como ella hizo, a mitos
como Marilyn Monroe, James Dean, Greta Garbo, Clark Gable, Billie Holiday, Gary
Cooper, Burt Lancaster, Alfred Hitchcock, Joan Fontaine, Marlon Brando, Ernest Hemingway, James Stewart, Rod Steiger, Veronica Lake, Natalie Wood o Arthur Miller, por citar sólo algunos de los nombres más relevantes. Su segundo gesto admirable fue que nunca solicitó la nacionalidad ni la residencia estadounidense, algo que podría haber hecho sin el menor
problema, al estar casada por entonces con el gran Anthony Mann. Recordaba que esto causaba estupor y suspicacia en las autoridades de Estados Unidos, pero ella, de nuevo, se plantaba y, dejó escrito en sus memorias, respondía: “Soy mexicana [adoptó esa nacionalidad los años que vivió e hizo cine en México]. Tengo
mi trabajo en España y cuando termino de trabajar regreso a mi casa de Los Angeles con mi marido. No necesito hacerme americana”. He coincidido tres o cuatro veces con ella. La última, hace tres semanas, el 17 de marzo, en el homenaje que promovió Isabel Gemio en su programa ‘Te doy mi palabra’, en Onda Cero, en la que fue, muy probablemente, su última entrevista. Tuve la satisfacción de reiterarle mi admiración por haber sabido decir no a aquello que se le ofreció pero que realmente no necesitaba ni deseaba.
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